Aquellas recomendaciones que no pueden faltar para
seguir en camino.
El camino es una de las imágenes
más utilizadas para hablar de la vida. Tu hijo emprendió su camino el día que
nació y los adultos estamos acompañándole. Es un viaje apasionante, pero al
mismo tiempo incierto. Cada paso que se da a su lado forma parte de su
historia.
Acompañarles en su crecimiento es
una responsabilidad para la que no hay una ruta fijada pero sí un horizonte, su
felicidad. Por eso es necesario que en este caminar estemos bien orientados.
Todos partimos de una experiencia vital y de nuestro sentido común a la hora de
ayudarles a crecer, pero es bueno llevar apuntadas algunas recomendaciones que
guiarán mejor nuestros pasos. Hay que tenerlas presentes.
Hay que consensuar los temas
importantes a la hora de acompañar.
Educar a un niño no es tarea
fácil, por eso es necesario que los criterios educativos en la familia sean
comunes sino, no estaremos ayudándole. Por ejemplo, imaginemos que una madre se
mantiene firme para que el hijo se termine el último trozo de fruta y llega el
padre (y sin preguntar) le permite dejarlo porque ve al niño triste…No es
difícil deducir que no hay unos criterios consensuados. Los niños son puros
supervivientes y se escaparán de nuestro control si no se camina en una misma
dirección. Si en algún momento se detecta que esto pasa… no hay que dejar de
hablarlo y llegar a acuerdos.
Que
el tiempo juntos sea significativo.
Es a lo que muchos expertos
llaman tiempo de calidad. Cuando el curso comienza y las vacaciones quedan
atrás, la rutina del día a día limita espacios para pasar tiempo juntos sin
estar haciendo varias cosas a la vez. Por ejemplo, durante la semana los dos
padres trabajan y hacen “piruetas” para poder distribuirse las tareas. Al
tiempo que solucionamos el baño de uno, el otro hace deberes y se prepara la cena.
Alguna discusión por medio por la televisión y a dormir. Así un día y otro.
Llega el fin de semana y los compromisos son tantos que el domingo, todos muy
cansados se van a dormir para comenzar con el lunes.
Es
necesario crear momentos significativos.
Para jugar juntos, hablar, leer,
escuchar música, crear (construir, pintar, moldear, disfrazarse…), salir a
hacer deporte o sencillamente ver una buena película.
También podemos aprovechar las
oportunidades en un día normal: el momento del desayuno (si no se va corriendo)
para empezar con alegría, la ducha de la noche (si aún son pequeños) o el
momento de ir a la cama.
Déjale crecer, no sobreprotejas su desarrollo.
Tendemos por instinto de
protección a resolver los problemas de los hijos y es necesario tener muy
presente que la autonomía se forja cada día. Ocurre con mucha frecuencia que, cuando se
hacen mayores y los padres consideran que todo esto deberían hacerlo ya solos,
ni saben ni quieren. Prevenir desde pequeños, animándoles a solucionar sus problemas,
a asumir las consecuencias de sus actos y a colaborar con la familia, evitará
muchos problemas añadidos a la etapa de la adolescencia. Hay que marcar unas
normas, unos límites, enseñarles sus derechos pero
también sus deberes y, dejar que fracasen para forjar su tolerancia a la
frustración.
Crea
espacios para la comunicación.
Hablar y compartir, escuchar y
conversar… mantener los canales de comunicación abiertos y accesibles. Una de
las claves de la educación es la comunicación. No solo hablar de las notas o de
lo que no se hace bien. Se puede compartir cómo ha ido el día, de lo que se
opina sobre determinados temas, hablar de los amigos y de las cosas que nos
preocupan. Con una buena comunicación en la familia se consiguen prevenir
muchos problemas, se les ayuda a socializarse y se aprenden patrones de
relación necesarios para la vida más allá de las puertas de casa. Los móviles
están bloqueando muchos de estos espacios, la televisión a todas horas o el
enganche al ordenador. Hay que estar alerta con todo esto e ir equilibrando,
solo así conseguiremos que, cuando necesite ayuda, lo diga antes en casa que en
el muro de facebook.
Muéstrale
tu cariño, como mínimo, una vez al día.
Cuando los niños son pequeños
esto es mucho más sencillo pero, a medida que van creciendo, este contacto
afectivo se va limitando. Por ejemplo, imagina a un chico de 13 años que de
repente comienza a tener malas notas (un chico con buenos resultados desde
siempre) y manifiesta en el colegio que en su casa su padre pasa de él. Tras
una conversación con el padre, él se da cuenta que lleva muchos años sin
abrazar a su hijo. Con sus reservas, el padre se va a casa e intenta
demostrarle a su hijo mediante un abrazo que le importa. Tras varios momentos
similares el chico vuelve a encontrarse mejor. Aunque por la edad o por el
carácter de tu hijo, no se deje, no dejes tú de intentarlo, de pactarlo, de
buscarlo. Las personas necesitamos el contacto con cariño para mantener vivas
determinadas emociones que nos acercan y nos hacen más humanos. Cada uno es
diferente en esto pero, respetando el carácter, siempre se puede encontrar un
punto en común.
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