Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3,
1-16
En el año quince del reinado del
emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey
de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio
virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de
Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión
para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del
Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
COMENTARIO AL EVANGELIO: EN EL MARCO DEL DESIERTO
Lucas
tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que
controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y
religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin embargo, el
acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito
de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.
Así aparece siempre lo esencial en el mundo y en nuestras vidas. Así
penetra en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. Lo esencial no
está en manos de los poderosos. Lucas dice escuetamente que «la
Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.
En
ninguna parte se puede escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a
cambiar el mundo. El desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se
vive de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir
acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo
decisivo es buscar el camino acertado para orientar la vida.
Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida
más sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin
distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el
pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso
del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida
nueva.
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen
tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o
dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra
Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que
hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.
Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales:
cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que
hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la
verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de
cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es
un «bautismo de conversión».
No hay comentarios:
Publicar un comentario