Carta a mis hijos
Cada día entiendo menos sus tareas de Química y Matemáticas, con frecuencia yo soy la que pregunta ¿por qué?, y estoy segura de que muy pronto tendré que pararme de puntitas para besarlos.
Hace años, cuando aún eran partículas de vida latiendo dentro de mí, cuando trataba de adivinar sus rostros, y sus cuerpos empezaban a tomar forma en mis sueños, me preguntaba si sería capaz de responder a la oportunidad que se me ofrecía de que esas pequeñas vidas florecieran en mis manos.
Ahora quiero dejarles un mensaje. Conscientes están de que nada material puedo heredarles. La verdadera riqueza quedará en sus mentes, en su corazón y en la perfecta maquinaria de sus cuerpos sanos. Agradezcan diariamente a Dios porque pueden ver, oír, amar y sentir. Y también, porque pueden llorar y fracasar para empezar de nuevo. Agradezcan sobre todo que pueden pensar y actuar, lo que les dará horizontes amplios, brillantes y fecundos.
Fijen sus metas... alcáncelas y no olviden que tienen el deber de ser felices, porque solamente así, podrán dar felicidad a quienes los rodeen. La vida es el tesoro más preciado que poseen, por lo tanto, aprendan a disfrutar momento a momento.
Y algo muy importante, recuerden siempre que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos envidia.
Sepan ser siempre ustedes mismos, tanto en el elegante banquete como en la comida sencilla que el amigo ofrece. Aprendan a beber el vino o el agua con la misma alegría, sepan compartir con el rico o el humilde la misma sonrisa.
Regálense tiempo para ustedes, nunca pierdan su capacidad para admirar el brillo de las estrellas en una noche clara, para escuchar el murmullo del riachuelo, para sentir el viento fresco de la mañana sobre sus rostros.
Y cuando tengan momentos de duda y tristeza, busquen entre sus recuerdos, que ahí nos encontraremos.
María Consuelo Álvarez
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