sábado, 19 de mayo de 2018

FRASES - FAMILIA


PALABRA DE DIOS DOMINICAL




DOMINGO DE PENTECOSTÉS



EVANGELIO: Jn 20, 19-23


Lectura del santo Evangelio según san Juan.


AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


Palabra del Señor.


COMENTARIO AL EVANGELIO


Al final de las Fiestas Mayores suele haber un castillo de fuegos artificiales que nos deja con la boca abierta. Al final de nuestra Fiesta Mayor de la Pascua viene Pentecostés con el estallido del viento y del fuego del Espíritu que nos deja con el corazón boquiabierto. Es el bautismo de la nueva Iglesia, con el agua y el Espíritu, tal como nos había anunciado Jesús. Los discípulos seguían con miedo. Era lo más sensato vistas las circunstancias y siendo realistas. Miedo, dudas, inseguridades... pero al menos seguían "juntos en un mismo lugar" amándose y amando. Y, de pronto, "se oyó que venía del cielo un gran ruido como de un viento impetuoso que llenó toda la casa".
El Espíritu Santo es un soplo fuerte que nos lleva donde no esperábamos. El Espíritu es una sorpresa de Dios en nuestra historia personal y colectiva. A veces viento fuerte, como hoy, a veces viento suave que siempre nos lleva más allá de nuestras pequeñas previsiones. La historia humana ha conocido estos momentos de irrupción inesperados: la primavera del Concilio Vaticano II, por ejemplo.


¿DÓNDE NOS ENCONTRAMOS HOY? 
No es fácil el diagnóstico. Gracias a la técnica, vivimos en un mundo globalizado que podría ser el inicio de una gran comunión humana: Satélites, parabólicas, internet, móviles... ¿Nos comunican más? ¿O bien nos incomunican más y vamos hacia una "soledad electrónica" como nos alerta un teólogo? "Podemos llegar a Marte, pero no sabemos llegar al prójimo", nos avisa otro autor. "Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no sabemos aún amarnos como hermanos", nos decía Luther King. "Oímos pero no escuchamos; vemos pero no miramos o no percibimos, hablamos pero no nos entendemos" nos avisa otro. ¿Qué nos pasa?

La Torre de Babel es el icono del orgullo y de la incomunicación humana, la confusión total. Cada uno por su cuenta. El individualismo feroz que nos deja cada vez más solos y más lejos de Dios. Pentecostés es todo lo contrario: la luz y la fuerza de Cristo resucitado llena el corazón de los discípulos que proclaman el amor y las grandezas de Dios. De la muerte a la vida. De la oscuridad a la luz. Del desánimo a la acción. Del egoísmo a la comunión. El Espíritu Santo lleva a cabo la buena nueva de Cristo: el Dios-con-nosotros es ahora y será para siempre el Dios-en-nosotros. Este es el único lenguaje que todos entienden: el lenguaje del amor, el del espíritu, el de la solidaridad.
En la venida del Espíritu Santo se ha realizado la promesa de Jesús. El Espíritu Santo llevará a cabo hasta su plenitud el proyecto de Jesús: el Reino de Dios que ya ha empezado aquí y ahora. Por ello, el Espíritu reparte sus dones para la misión. Es signo de la acción de Dios en cada corazón. Es signo, finalmente, de comunión porque la fundamenta, la establece y la realiza llevando a plenitud:"Cada uno los oía hablar en su propia lengua". ¿Cómo hacer más comprensible la Iglesia hoy? ¿Qué futuro tiene la Iglesia? Son preguntas que a menudo nos hacemos todos, desde la sociología, desde el pensamiento actual o desde una fe vivida en la realidad compleja de hoy. Por eso el Espíritu viene en nuestra ayuda con sus dones de cara a la edificación de una Iglesia más claramente signo de salvación, como nos indica con muchos signos el nuevo Papa Francisco. Es que sin el Espíritu Santo, Dios queda muy lejano, Cristo es una simple figura del pasado y el Evangelio es letra muerta. Sin el Espíritu Santo la Iglesia es una gran organización, la autoridad un simple poder, la misión una propaganda, el culto una ceremonia externa, el actuar cristiano una moral forzada. Pero, con el Espíritu Santo, todo el universo resucita y engendra el Reino de Cristo porque Cristo resucitado se hace presente, el Evangelio es fuerza que vivifica, la Iglesia se convierte en comunión fraternal, la autoridad es servicio liberador, la liturgia es memorial y vida y el actuar cristiano renueva un mundo más fraternal según la voluntad de Dios. Pidamos la fuerza del Espíritu Santo para nosotros y para toda la Iglesia.













REZA EN FAMILIA

ORACIÓN DE UN HOMBRE MEDIOCRE


Recibid el Espíritu Santo

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu mismo Espíritu. Hoy es Pentecostés.

¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí menos Tú.

Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.

Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad.

¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado? ¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?

Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?

Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.

Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado.

Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.

Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal. 142, 10). 

Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. Pero no encontramos sosiego ni paz. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la oscuridad y la confusión interior.

Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien: hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir.

Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo lo llamamos "amor", y al placer "felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a amar.

En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer.

Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo, a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos, exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros y reavivar nuestra existencia por caminos que solo él conoce.