PADRES COLEGAS, HIJOS HUÉRFANOS
Cada vez que escucho, que no son pocas veces,“mi hijo y yo somos amigos” por parte de algunos de los padres que acuden a mi consulta, siempre sigo el mismo ritual: escucho atentamente, asiento con la cabeza, inspiro y mientras expiro el aire ladeo mi cabeza hacia un lado y digo “Pues lo siento mucho…”. Inmediatamente veo la cara de sorpresa en ese padre o esa madre que, muy tímidamente (algunos ni siquiera dicen nada), me preguntan “¿Por qué…?. Mi respuesta es clara y concisa: “Porque acabas de dejar huérfano a tu hijo”. Ahí empieza gran parte de la terapia.
Mi hermano no es mi tío, mi vecina no es mi prima, mi amiga no es mi madre y yo no soy la hermana de mis pacientes. Así de sencillo. Del mismo modo, un hijo debe tener unos padres que ejerzan como tal, los padres deben asumir ese rol y no otro. El adolescente escogerá sus amistades a medida que vaya creciendo, de acuerdo a su perfil y a sus necesidades. Entonces, ¿por qué los padres y madres se empeñan en ser colegas de sus hijos como algo positivo en su proceso educativo? ¿Y por qué, en realidad, es uno de los estilos educativos más perniciosos? Le respuesta a la primera pregunta es porque hay padres y madres que huyen del término “autoridad” como si fuera algo negativo en el proceso de educar personas (lo que es altamente nocivo es el autoritarismo; no así el establecimiento de normas, pautas y límites). La respuesta a la segunda pregunta obedece a lo que observo día tras día en mi consulta: las consecuencias de asumir un rol equivocado en una situación determinada tiene sus efectos, y no positivos precisamente. Los padres “colegas” fomentan la poca autonomía y la escasa seguridad en sus hijos, ya que los referentes no han cumplido su función: educar.
Entiendo la educación como la combinación de dos elementos fundamentales: AMOR y AUTORIDAD. Y a mí, mis amigos no me ponen normas ni límites. Tienen otra función. Pero mis padres sí lo hicieron en su momento, cosa que agradezco. De manera que, para poder establecer un vínculo sano, los roles deben estar claramente definidos. En muchas ocasiones, tras el “colegueo” paternal se busca una relación cercana con el hijo, cosa que está muy bien, pero la comunicación que se establece no es la más adecuada. No hablamos del mismo modo con nuestros compañeros de trabajo que con nuestros amigos o con nuestros hijos. Las reglas del juego deben estar claramente definidas. Hoy nos centraremos precisamente en el estilo paternal más adecuado y en el modo de comunicarse con los hijos de forma positiva, cariñosa y firme, sin ser su colega.
Los adolescentes, como cualquier persona adulta, buscan esencialmente cuatro cosas: ser aceptados, ser respetados, ser comprendidos y ser queridos. El único clima que puede propiciar que estas necesidades fundamentales sean cubiertas es el buen ejercicio de la educación y este proceso requiere que los chavales reciban afecto y cariño por parte de sus padres; que éstos pongan normas y límites, que estén abiertos al diálogo y que ante todo sean claros, seguros, coherentes y firmes.
Busca siempre el fomento de la comunicación afectiva y positiva, así luego no tendrás que lamentar que tu hijo no la utilice contigo. Muchos adolescentes se comunican mal con sus padres y madres porque no han aprendido a hacerlo bien. Son el mero reflejo de lo que han ido observando a lo largo de sus primeros años. A través del lenguaje expresamos la manera que tenemos de procesar el mundo que nos rodea y les emociones que sentimos. Cuanto mejor sea esta comunicación, mayor será el éxito en el manejo de casi todas las áreas de nuestra vida. Dirige tu atención hacia esa comunicación que facilite la expresión de las emociones y la resolución de conflictos.
Intenta siempre que tu hijo tenga ganas de hablar contigo, no que te rehuya con el típico “no me rayes” y “déjame en paz”. Si tu hijo te comenta “no me entiendes” algo está fallando en vuestra manera de hablaros. Recupera el diálogo con él poniendo en marcha los recursos comentados.
Educar es formar personas libres, capaces de hacer frente a la adversidad y con un buen concepto de ellas mismas. La única vía que lo permite es establecer, desde que son bien pequeños, tres puntos fundamentales: qué cosas se pueden hacer y qué cosas no; que todo acto tiene sus consecuencias y que las cosas no siempre saldrán como uno quiere. Es necesario educar en el “no” para que el adolescente pueda aprender a gestionar su frustración. Si siempre es “sí” no entenderá las negativas que la vida le podrá delante, que son muchas.
Que no seas “colega” de tu hijo no es nada malo, créeme. Él te necesita como padre o madre, le hace falta un referente porque hay ocasiones en que no va a saber qué hacer, por inmadurez, por falta de experiencia o por miedo. Tú eres esa guía que necesita para orientarlo y que pueda decidir de forma autónoma. No tengas miedo a que tu hijo sufra en la vida, desgraciadamente va a ser así. Ten miedo a que no sepa sufrir. Si lo educas en la evitación del sufrimiento (muy lícito pues nadie quiere ver sufrir a quien más quiere) es posible que lo hagas débil e inseguro ante las dificultades de la vida. Habrá ocasiones en que no podrá evitar ciertas circunstancias pero siempre deberá tener un referente para tener una buena actitud que le permita hacer frente a ellas. Ese referente, durante los primeros años de su vida, eres tú. No pretendas ser su amigo, que ya los tiene, encamina todos sus esfuerzos para que tenga lo que más necesita: UN PADRE y/o UNA MADRE.
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