ARROJAR A CRISTO DE LAS AULAS
Cuando yo era un pequeño escolar, que te expulsasen del aula era el mayor de los castigos. Significaba, -mucho más allá de una sanción y una sobrecogedora visita al despacho del director-, el verte privado de la compañía del grupo, sentirte aislado y perderte la oportunidad de aprender. La orden imperativa: ¡Fuera del aula! era la terrible sanción que recibía el que obstaculizaba el trabajo en clase.
Una sentencia del juzgado de lo Contencioso Administrativo de Valladolid, obliga a un colegio público a retirar los crucifijos de sus aulas y espacios comunes, a raíz de la demanda de un grupo de padres. A ello se ha sumado la Confederación Española de Padres (CEAPA) manifestándose en contra de la presencia de cualquier símbolo religioso en los centros educativos. El Grupo Socialista de las Cortes de Castilla y León exige que los efectos de esta sentencia sobre retirada de símbolos religiosos en el colegio de Valladolid se extiendan, de oficio, a todos los centros públicos de la Comunidad Autónoma.
A Cristo lo echan del aula. Lo expulsan de la Escuela sin pasar si quiera por el despacho del director ¿Qué habrá hecho para que le apliquen tal castigo? Su sola figura entorpece la educación que quieren transmitir a nuestra infancia.
Nuestros laicistas de hoy son trasnochados jacobinos que disimulan mal su resentimiento contra la fe. Se autodenominan tolerantes pero pertenecen al peor género de intransigentes. Se autoproclaman de izquierdas pero viven como auténticos burgueses y consumen como capitalistas. Dicen ser defensores de la libertad de opinión pero censuran las manifestaciones que son contrarias a su parecer. Pregonan respeto a todas las formas de pensamiento pero arremeten sañudamente contra los obispos cuando instruyen a los fieles. Este laicismo feroz asienta sus prejuicios en una lectura parcial e interesada de la historia de la Iglesia (se quedan en las Cruzadas, la conquista de América, la Inquisición… negándose a reconocer la extraordinaria labor de promoción humana, o la tarea asistencial y caritativa de los cristianos, o su aportación al desarrollo de los pueblos en las misiones...). Juzgan inmisericordes a Cristo como el único responsable del oscurantismo y la rémora del progreso científico ¡Fuera de las aulas la cruz y cuanto ella representa!
Es paradógico constatar como hay padres a quienes les molesta que haya un inocuo crucifijo en el aula donde educan a su hijo pero no manifiestan preocupación alguna frente a otras realidades mucho más nocivas… Ojala empleasen la misma vehemencia para solicitar que erradicasen de la escuela la manipulación ideológica; Ojala se empleasen con el mismo interés en denunciar una programación televisiva plagada de violencia y terror, de incitación al consumo o a la pornografía; ojala pusiesen el mismo empeño en pedir que se les educase como personas respetuosas con el mobiliario urbano o la naturaleza; ojala luchasen con el mismo ardor para que desapareciese la venta de droga de la puerta de la escuela, o el consumo de "pastillas" en las discotecas o el botellón del fin de semana.… Pero ¡no! sus reivindicaciones educativas se agotan en conseguir que Cristo sea arrojado fuera del aula, para que no entorpezca la educación de sus hijos.
¡Sólo les molesta Cristo, y Cristo crucificado! Un Cristo roto en la cruz, es la imagen de la derrota más absoluta. Es lógico, en una sociedad que exalta el logro del éxito a cualquier precio, no es nada educativo exhibir a un idealista fracasado. En nuestra escuela laica y progresista entra todo, a diario lo constatamos: el desinterés por el aprendizaje, la indisciplina, la falta de respeto, el Bowling, la mala educación… y hasta el reparto gratuito de condones. Pero ¿un crucifijo? ¡Que osadía! Un crucifijo, para el mundo, es la imagen del fracaso más estrepitoso ¡Que se lo pregunten al "sanedrín" de nuestro laicista gobierno o al "césar" de nuestras Cortes!
Un Cristo es un mal ejemplo para nuestros niños a quienes queremos preparar para la lucha agresiva y la competitividad, para el éxito en la vida. Queremos todo para nuestros niños, todo menos Dios.
Un Cristo enclavado en un a cruz y ensangrentado… es la imagen de la fealdad y la fragilidad. En una sociedad materialista que exalta el culto y el cuidado obsesivo del cuerpo, un cristo es no sólo de muy mal gusto sino lo más deseducativo.
Un Cristo, desnudo y despojado en la cruz, es el desagradable recuerdo de la miseria y la pasión de los pobres y los sufrientes, de los que no tienen voz. En una sociedad opulenta -que hace aguas- se vuelve la vista para no ver la miseria, se cierran los ojos para ignorar la pobreza.
¡Hay que quitar de la vista de los niños la imagen de un Cristo muerto y sereno! no sea que les traumatice… En una sociedad que exalta la vida y oculta la muerte no se puede permitir que los niños miren a Cristo; no sea que les toque el corazón y la entraña y suscite en ellos el amor a Dios y sus mandamientos; no sea que despierte en ellos la fe y se les ocurra edificar el futuro con valores del pasado; no sea que se hagan preguntas y descubran el valor del Evangelio. El crucifijo entorpece la tarea escolar de construir la ciudad sin Dios.
Fuera del aula, fuera… (Vociferan, en esta pasión del siglo XXI, las masas de asociaciones laicistas –arengadas por los fariseos que nos gobiernan- ante el pretorio de nuestras magistraturas).
¡Qué notable diferencia con los países del entorno europeo! Fíjense en la sentencia que el 2003 emitió el tribunal supremo italiano, en la jurisdicción administrativa, sobre la presencia del crucifijo en las aulas de escuela pública, en la que se examina la función y el significado que tiene el crucifijo en la escuela. Afirma: "El crucifijo podrá cumplir, aun en un contexto ‘laico’, distinto del religioso que le es propio, una función simbólica altamente educativa, con independencia de la religión que profese cada alumno".
"El crucifijo es apto para expresar el origen religioso de los valores de tolerancia, respeto mutuo, estima por la persona y afirmación de sus derechos y su libertad, autonomía de la conciencia moral ante la autoridad, solidaridad humana, rechazo de toda discriminación; valores característicos de la civilización italiana".
¡Cuanto resentimiento ha de albergarse para no descubrir lo obvio, lo que por si mismo es evidente! Yo -ante esa obsesión por hacer desaparecer de la esfera de lo educativo toda referencia a lo espiritual, a la religión, a Cristo- me pregunto ¿Qué intereses laten y que fines se persiguen? Y contemplando la actitud de otros países del entorno de la CE sobre esta materia no puedo evitar cuestionarme ¿Llegaremos en España algún día a alcanzar ese mismo grado de sensatez o seguiremos expulsando a Cristo, no sólo del aula sino de nuestra vida?
Miguel P. León
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