¿CÓMO MANTENER "LA CHISPA" EN LOS MATRIMONIOS?
Cuando el amor se pone añejo… cuando ha sido probado por tanta “fidelidad en los pequeños momentos de la vida”, cuando “esa fidelidad llena de sacrificios y de gozos va como floreciendo con la edad” es también cuando “los ojos de los esposos se ponen brillantes al contemplar a los hijos de sus hijos” (AL, 231).
La Exhortación Apostólica del papa Francisco sobre la familia, “La alegría del amor” (Amoris Laetitia), introduce de este modo un tema capital como son las crisis en el matrimonio.
Cita el Papa a san Juan de la Cruz, cuando en su Canto Espiritual afirma que “los viejos amadores son los ya ejercitados y probados” y añade el santo que ellos “ya no tienen los hervores sensitivos, ni aquellas furias y fuegos hervorosos por fuera, sino que gustan la suavidad del vino de amor… asentado allá dentro del alma”. Esto supone, dice el Papa, “haber sido capaces de superar juntos las crisis de los tiempos de angustia, sin escapar de los desafíos ni esconder las dificultades” (AL, 231).
Ningún matrimonio es inmune a las crisis y hay que decir que “una crisis superada no lleva a una relación de menor intensidad, sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión”, haciéndose “añejo”, pues “no se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo” (AL, 232).
Es muy importante que la Iglesia acompañe a los matrimonios en crisis, ayudarlos a superar los obstáculos que se van presentando” y de manera que “las crisis no los asusten, ni los lleven a tomar decisiones apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón” (Idem).
En las crisis a veces se tiende a “esconder los problemas, relativizar su importancia y apostar por el paso del tiempo”. Pero así “los vínculos se van deteriorando” y la pareja se va aislando. “En una crisis no asumida, dice el papa Francisco, lo que más se perjudica es la comunicación” entre los esposos. De este modo, poco a poco, alguien que era “la persona que amo” pasa a ser “quien me acompaña siempre en la vida”, luego solo “el padre o la madre de mis hijos, y, al final, “un extraño” “(AL, 233).
Para enfrentarse a una crisis, aconseja el Papa, se necesita “estar presentes”, aunque sea difícil pues “a veces las personas se aíslan para no manifestar lo que sienten, se arrinconan en el silencio mezquino y tramposo” (AL, 234). Hay que aprender a comunicarse, lo cual “es todo un arte que se aprende en los tiempo de calma, para ponerlo en práctica en los tiempos duros”. En las crisis no se puede ignorar “su carga de dolor y de angustia” (ídem).
Hay momentos de las crisis “que son comunes” en los matrimonios, como son los inicios de la convivencia y tocar las diferencias de carácter, o cuando llega el primer hijo con sus nuevos desafíos emocionales; la crisis de crianza que cambia los hábitos del matrimonio; la crisis de la adolescencia del hijo que desestabiliza a los padres y a veces los enfrenta entre sí” (AL, 235); la crisis del “nido vacío” cuando la pareja vuelve a mirarse a sí misma; la crisis de la vejez de los padres que exigirán cuidados y decisiones difíciles.
Junto a estas crisis anteriores, se unen a la pareja, a veces, otras crisis no menos importantes, que son de tipo personal, como las dificultades económicas, laborales, afectivas, sociales, espirituales, o cuando entran otras personas que exigen el camino del “perdón y reconciliación” (AL, 236). Entonces conviene pensar en la eficacia de la gracia y recibir la ayuda adecuada que enseñe a saber perdonar y sentirse perdonados, “fundamental en la vida familiar”. Con eso muchos matrimonios se salvan (Idem).
Hay también una crisis de madurez, de personas que a pesar de la edad no han madurado por circunstancias familiares o personales adversas en su niñez o adolescencia. Esto es “frecuente”, dice el papa Francisco en su Exhortación Apostólica (AL, 236). Y ocurre cuando cada uno siente “que no recibe lo que desea o que no se cumple con sus sueños, y eso parece dar fin a un matrimonio. Así no habrá matrimonio que dure”.
Necesitan realizar a los 40 años una maduración atrasada que debería haberse logrado al final de la adolescencia. A veces se ama con un amor egocéntrico propio del niño” en que “se vive del capricho” y todo gira en el propio yo, con un “amor insaciable, que grita y llora cuando no tiene lo que desea” (AL, 239)
En realidad cada crisis es “como un nuevo “sí” que hace posible que el amor salga fortalecido, transfigurado, madurado, iluminado” (AL, 138). Hay que caminar juntos nuevas etapas, y en toda crisis “no hay que esperar que solo cambie el otro” (AL, 240).
Seguidamente la Exhortación Apostólica post Sinodal describe un elenco de situaciones complicadas en las que la Iglesia debe acompañar a los esposos con el fin de que lo puedan superar y perjudicar lo menos posible a los hijos, que con “las víctimas inocentes” de los divorcios. Entre las soluciones que se han dado en el Sínodo de los obispos están las dos leyes del papa Francisco sobre la agilización de las causas de nulidad matrimonial.
Al respecto, el papa Francisco se pregunta: “¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño en las familias donde se trata mal y se hace el mal, hasta romper el vínculo de la fidelidad conyugal?” (AL, 246).
La Iglesia debe acompañar especialmente en casos de separación al cónyuge más débil, a los hijos, y hacer que estos sean queridos y amados por sus papás aunque estos no vivan juntos. Y que los hijos no sean armas arrojadizas en peleas entre los padres. También difícil es el acompañamiento de las familias monoparentales o cuando un matrimonio que tiene algún hijo homosexual. En este caso, el hijo, “con independencia de su tendencia homosexual, ha de ser respetado en su dignidad y acogido con respeto, evitando toda discriminación injusta”, y que los hijos con esta tendencia sexual “puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”(AL, 250).
En definitiva, hay que intentar que en todos los matrimonios y familias, el amor se ponga añejo.
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