TRISTE SEMANA SANTA
A
veces me pregunto, como en aquel bello poema de Gabriel y Galán, si “somos los
hombres de hoy / aquellos niños de ayer”… Vivíamos aquellos niños y aquellos
adolescentes, hijos de familias pobres y profundamente cristianas, con fervor
propio de la edad, el tiempo santo de la Cuaresma y sobretodo de la Semana
Santa (hoy ya casi sólo un reclamo turístico): “las cruces”; las
abstinencias; los “sacrificios” propuestos por nuestros padres; las oraciones
de cada día en casa y las iglesias siempre llenas; las procesiones, que eran
varias y con cantos que nos estremecían el alma.
Era Jesús
el que sufría y nosotros sufríamos con él. Ya sé que es muy necio comparar las
épocas sin más, y lejos de mí el querer criticar el presente sin ponderar sus
ventajas, por aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero hoy en
muchos pueblos, que entonces fueron o quisieron ser cristianos y
católicos, los niños, los adolescentes y los jóvenes ya no van a la
iglesia; los padres ya no les hablan de Jesús; la Semana Santa es
sólo una semana de vacaciones; en algunos pueblos no saldrán “los pasos”
porque no hay quien los lleve, y la Pascua, nombre casi desconocido, ya no
será el saludo festivo, ni la fiesta principal del año, ni el estreno
gozoso del alma nueva.
La
ignorancia religiosa, por otra parte, es descomunal. Si las cosas siguen
así, algunas iglesias se cerrarán hasta el verano, cuando vayan algunos
feligreses de fuera, como ya sucede en algunos lugares de Navarra
desde los años noventa. Y tal vez, como ya es cosa vista, en muchos
sitios de Europa, se venderán, se convertirán en salas de cultura,
en teatros, en centros administrativos, cuando no, como en los
países comunistas desde 1917, o en la España republicana desde la
primavera de 1936, en almacenes, salas de baile o en algo peor. Mejor,
pues, que se conviertan en mezquitas de piadosos musulmanes, que no se
avergüencen de su Dios y de su religión, aunque les sobren los retablos y
altares, que son algunos de sus mayores tesoros.
La
España y la Europa que nos viene serán la que nosotros hemos querido y
queremos hacer. Hoy, en “este país”, que es nuestro país y nuestra
nación, y que lleva ese precioso nombre que muchos no se atreven ni a
pronunciar, toda la llamada izquierda, sin excepción, no contenta con que
el Estado sea “aconfesional”, que ya lo es, quieren que sea “laico” (sólo el
Estado francés, con una separación, un día traumática, de Iglesia y Estado,
se denomina así, entre los 28 de la Unión Europea), pero quieren más.
Quieren que también el país, el pueblo sea laico, no laico de laicidad, sino de
laicismo. Esto es lo que están proponiendo, y lo que va a proponer, aunque a
veces lo vele y lo disimule.
Sobran
los nombres cristianos en los niños, que en mayoría ya no se bautizan. Y
los nombres cristianos de pueblos, ciudades, calles, plazas, organismos, entidades,
asociaciones… Y las fiestas religiosas, cada día más reducidas a fiestas
de estación o de costumbre, y vacías de todo contenido religioso, sobre
todo si es público. Sobra la religión y cualquier Iglesia en bibliotecas,
exposiciones, conmemoraciones, libros, medios de comunicación, redes
sociales, y hasta en cualquier comentario que quiera ser “políticamente
correcto” Dios “ya no está a la vista”, como en tiempos de Ortega, sino en
el olvidado baúl de los recuerdos.
Acabamos
de ver lo sucedido en una exposición sacrílega en Pamplona: casi ningún
elegido por el pueblo se atrevió a repudiarla. Ya hay quien se atreve a
insultar pública y gravemente nada menos que a la Dolorosa, en su
procesión nocturna del Viernes de Dolores. Se entrenaron con la ex
alcaldesa de Pamplona y ahora lo hacen con la Dolorosa. En el mismo
ayuntamiento de Sevilla tres grupos de izquierda, según su autodenominan,
propusieron hace unas semanas apoyar en la Semana Santa una procesión de
escarnio a la fe cristiana, ya ensayada en 2014, y cuyo título ya es una
provocadora y zafia ofensa.
Intentos similares
han tenido lugar en nuestro entorno desde hace varios años. Y, si miramos
un poco más lejos, el mapa del odio a los cristianos es aterrador. Desde
Nigeria a Corea del Norte, la persecución es peor que en los peores
tiempos, siendo la persecución severa, además de en esos dos países, en
Afganistán, Pakistán, Irán, Irak, Siria, Arabia Saudí, Yemen, Maldivas,
Somalia, Eritrea… y, más o menos dura, en muchos más. Algunos de ellos
muy bien relacionados con los Estados europeos y americanos, incapaces de
exigir en sus tratados y convenios una cierta reciprocidad: mientras
Europa y América se llenan de mezquitas, en muchos de esos países no se puede
levantar una sola capilla cristiana.
Al
lamentar el otro día el papa Francisco el asesinato de cuatro misioneras
en Yemen, comentaba con profundo dolor: “son mártires de la indiferencia
y no son noticia”. En la misma Palestina cada vez son menos los
cristianos, obligados a emigrar. Quienes todavía piensan que hay anticlericalismo,
antieclesialismo y anticristianismo allí donde sólo hay o ha habido
clericalismo, poder y riqueza, pueden ser que en la inmensa mayoría
de esos países mentados nunca hubo una Iglesia con poder, como
tampoco en el Imperio Romano antes de Constantino, el tiempo de las
primeras persecuciones. No sin razón escribió el gran Pascal en sus Pensamientos
que: “Jesús estará en agonía hasta el final del mundo: no hay que
dormir durante este tiempo”.
Víctor
Manuel Arbeloa - Escritor
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