jueves, 24 de marzo de 2016

INTERÉSATE - FAMILIA

TRISTE SEMANA SANTA





A veces me pregunto, como en aquel bello poema de Gabriel y Galán, si “somos los hombres de hoy / aquellos niños de ayer”… Vivíamos aquellos niños y aquellos adolescentes, hijos de familias pobres y profundamente cristianas, con fervor propio de la edad, el tiempo santo de la Cuaresma y sobretodo de la Semana Santa (hoy ya casi sólo un reclamo turístico): “las cruces”; las abstinencias; los “sacrificios” propuestos por nuestros padres; las oraciones de cada día en casa y las iglesias siempre llenas; las procesiones, que eran varias y con cantos que nos estremecían el alma.

Era Jesús el que sufría y nosotros sufríamos con él. Ya sé que es muy necio comparar las épocas sin más, y lejos de mí el querer criticar el presente sin ponderar sus ventajas, por aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero hoy en muchos pueblos, que entonces fueron o quisieron ser cristianos y católicos, los niños, los adolescentes y los jóvenes ya no van a la iglesia; los padres ya no les hablan de Jesús; la Semana Santa es sólo una semana de vacaciones; en algunos pueblos no saldrán “los pasos” porque no hay quien los lleve, y la Pascua, nombre casi desconocido, ya no será el saludo festivo, ni la fiesta  principal del año, ni el estreno gozoso del alma nueva.

La ignorancia religiosa, por otra parte, es descomunal. Si las cosas siguen así, algunas iglesias se cerrarán hasta el verano, cuando vayan algunos feligreses de fuera, como ya sucede en algunos lugares de Navarra desde los años noventa. Y tal vez, como ya es cosa vista, en muchos sitios de Europa, se venderán, se convertirán en salas de cultura, en  teatros, en centros administrativos, cuando no, como en los países  comunistas desde 1917, o en la España republicana desde la primavera de 1936, en almacenes, salas  de baile o en algo peor. Mejor, pues, que se conviertan en mezquitas de piadosos musulmanes, que no se avergüencen de su Dios y de su religión, aunque les sobren los retablos y altares, que son algunos de sus mayores tesoros.  

La España y la Europa que nos viene serán la que nosotros hemos querido y queremos hacer.  Hoy, en “este país”, que es nuestro país y nuestra nación, y que lleva ese precioso nombre que muchos no se atreven ni a pronunciar, toda la llamada izquierda, sin excepción, no contenta con que el Estado sea “aconfesional”, que ya lo es, quieren que sea “laico” (sólo el Estado francés, con una separación, un día traumática, de Iglesia y Estado, se denomina así, entre los 28 de la Unión Europea), pero quieren más. Quieren que también el país, el pueblo sea laico, no laico de laicidad, sino de laicismo. Esto es lo que están proponiendo, y lo que va a proponer, aunque a veces lo vele y lo disimule.






Sobran los nombres cristianos en los niños, que en mayoría ya no se bautizan. Y los nombres cristianos de pueblos, ciudades, calles, plazas, organismos, entidades, asociaciones… Y las fiestas religiosas, cada día más reducidas a fiestas de estación o de costumbre, y vacías de todo contenido religioso, sobre todo si es público. Sobra la religión y cualquier Iglesia en bibliotecas, exposiciones, conmemoraciones, libros, medios de comunicación, redes sociales, y hasta en cualquier comentario que quiera ser “políticamente correcto” Dios “ya no está a la vista”, como en tiempos de Ortega, sino en el olvidado baúl de los recuerdos.

Acabamos de ver lo sucedido en una exposición sacrílega en Pamplona: casi ningún elegido por el pueblo se atrevió a repudiarla.  Ya hay quien se atreve a insultar pública y gravemente nada menos que a la Dolorosa, en su procesión nocturna del Viernes  de Dolores. Se entrenaron con la ex alcaldesa de Pamplona y ahora lo hacen con la Dolorosa. En el mismo ayuntamiento de Sevilla tres grupos de izquierda, según su autodenominan, propusieron hace unas semanas apoyar en la Semana Santa una procesión de escarnio a la fe cristiana, ya ensayada en 2014, y cuyo título ya es una provocadora y zafia ofensa.

Intentos similares han tenido lugar en nuestro entorno desde hace varios años. Y, si miramos un poco más lejos, el mapa del odio a los cristianos es aterrador. Desde Nigeria a  Corea del Norte, la persecución es peor que en los peores tiempos, siendo la persecución severa, además de en esos dos países, en Afganistán,  Pakistán, Irán, Irak, Siria, Arabia Saudí, Yemen, Maldivas, Somalia, Eritrea… y, más o  menos dura, en muchos más. Algunos de ellos muy bien relacionados con los Estados europeos y americanos, incapaces de exigir en sus tratados y convenios una cierta reciprocidad: mientras Europa y América se llenan de mezquitas, en muchos de esos países no se puede levantar una sola capilla cristiana.

Al lamentar el otro día el papa Francisco el asesinato de cuatro misioneras en Yemen, comentaba con profundo dolor: “son mártires de la indiferencia y no son noticia”. En la misma Palestina cada vez son menos los cristianos, obligados a emigrar. Quienes todavía piensan que hay anticlericalismo, antieclesialismo y anticristianismo allí donde sólo hay o ha habido clericalismo, poder y riqueza, pueden ser que en la inmensa mayoría de esos países mentados nunca hubo una Iglesia con poder, como tampoco en el Imperio Romano antes de Constantino, el tiempo de las  primeras persecuciones. No sin razón escribió el gran Pascal en sus Pensamientos que: “Jesús estará en agonía hasta el final del mundo: no hay que dormir durante este tiempo”.


Víctor Manuel Arbeloa - Escritor 




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