Homilía del Papa
Francisco en el Jubileo de las Familias del Año de la Misericordia
El Papa Francisco presidió en la
Basílica de San Pedro la Misa por el Jubileo de las Familias con ocasión de la
fiesta de la Sagrada Familia en el marco del Año Santo de la Misericordia.
Las Lecturas bíblicas que hemos
escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación
hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y
lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María,
junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua
(cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que
acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos
días, muchos se han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en
todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más
hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la
hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor
para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se
ofrece también a nuestras familias. Es más, podemos decir que la vida de la
familia es un conjunto de pequeños y grandes peregrinajes.
Por ejemplo, cuánto bien nos hace
pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones, y esto es un
peregrinaje: el peregrinaje a la educación a la oración. Y también nos hace
bien saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a
la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al
Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente
cantaban con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a
la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén»
(122,1-2).
Qué importante es para nuestras
familias peregrinar juntos, caminar juntos para alcanzar una misma meta.
Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos
encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de
consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de
oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus
hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal
de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los
padres para con sus hijos?
Bendecirlos, es decir,
encomendarles al Señor, como hicieron, Elcaná y Ana, José y María, para que sea
él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante
es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de
comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a
compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son todos pequeños
gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia
desempeña en el peregrinaje de todos los días.
Al final de aquella
peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc
2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En
efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del
santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día,
poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos
lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se
había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José,
que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que
pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos
suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando
claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa,
Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y
obediencia. Hacen parte del peregrinaje de la familia, también estos momentos
que, con el Señor, se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión
para pedir perdón y recibirlo, demostrar el amor y la obediencia.
Que en este Año de la Misericordia,
toda familia cristiana pueda ser un lugar privilegiado de este peregrinaje en
el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor,
que sabe comprender el error y poner remedio. Pobre de nosotros, si Dios no nos
perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se
tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se
puedan cometer.
No perdamos la confianza en la
familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada.
Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Encomiendo a ustedes,
queridas familias, este peregrinaje doméstico de todos los días, esta misión
tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca.
Preciosa homilía que pone de
manifiesto el ejemplo que la Sagrada Familia presenta a las familias de todos
los tiempos. Jesús nos da un bello ejemplo al regresar a Nazareth y permanecer
con sus padres en obediencia hasta los 30 años.
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