CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
Evangelio: Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se levantó y se dirigió apresuradamente a la
serranía, a un pueblo de Judea. Entró en
casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la
criatura dio un salto en su vientre; Isabel, llena de Espíritu Santo exclamó
con voz fuerte: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre”. ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura dio un salto de gozo en mi vientre.
¡Dichosa tú que creíste! Porque
se cumplirá lo que el Señor te anunció.
Palabra del Señor
COMENTARIO AL EVANGELIO
La aldea de Belén había salido del anonimato gracias a que en
ella nació el rey David. Pero aún así continuaba siendo una aldea pequeña al
decir del profeta. A pesar de todo allí
iba a nacer el Mesías de Israel. Eso cambiará la suerte de esa aldea y pasará a
ser conocida de todos en la historia cristiana. Jesús nació en la periferia del
mundo, en el seno de una familia pobre y desconocida. No es uno de esos héroes
que vemos desfilar en nuestros libros de historia, donde sólo cuentan los
grandes. Jesús, naciendo en un rincón perdido de la geografía del imperio, ha
hecho suya la historia de los pobres y sencillos.
Los pobres se echan una mano entre los familiares, porque no
pueden permitirse el lujo de tener criados. Los pobres y sencillos saben
percibir la grandeza de los gestos más pequeños. Isabel descubre inmediatamente
que su prima María lleva en su seno alguien que es más importante. Esa prima es
ahora la Madre de mi Señor. La visita de
María a Isabel pone de relieve el gran amor de María que, ya encinta, emprende
un largo camino para ayudar a su prima, que está ya en los meses finales de la
espera de un hijo (Lc 1,39-45). Pero el gran regalo que María hace a Isabel es
la presencia de Dios en su seno, presencia reconocida inmediatamente por Juan y
por su madre. No hay que extrañarse pues de los saltos de gozo de Juan en el
vientre de su madre. Isabel reconoce inmediatamente la fe de María, que ha sido
la causa de toda la alegría que ha irrumpido en el mundo con la encarnación de
Dios. La fe de María ha sido la acogida y la respuesta al amor de Dios que ha
querido tomar carne en su seno.
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