sábado, 19 de marzo de 2016

REZA - FAMILIA

ORACIÓN - CARTA A SAN JOSÉ






Curioso nombre el tuyo:

Dicen los especialistas que significa algo así como «Que Dios te añada».

Como queriendo decir que tenías muchos deseos y proyectos,

y que sólo Dios podía ayudarte a lograrlos.


Se dice que eras «artesano». Que tenías habilidad para arreglarlo todo,

para reconstruir lo deshecho,

para conseguir que aquello pudiese valer todavía un poquillo más.

Tu taller era un lugar mágico en donde todo lo inútil volvía a servir para algo,

donde lo que se había vuelto feo y viejo, se volvía hermoso y como nuevo,

donde todo lo escacharrado volvía a funcionar.


Se te daban bien estas cosas: nada era imposible para ti,

siempre podías hacer algún "arreglico".


Artesano José, pasaste haciendo el bien.

Seguramente que con muy poco tiempo para dedicarte «a lo tuyo»,

porque «lo tuyo» era lo de los demás.

En todo ibas dejando tu marca de lo bien hecho, sin prisas, sin chapuzas.


La primera vocación que descubriste fue reparar, mejorar y cuidar las cosas

para hacer este mundo -la vida- mucho más agradable y fácil a los demás.

Tu taller quedó transformado en casa, en hogar,

gracias a la presencia de tu mujer, María.

A ella le dedicabas la mayor parte de tus pensamientos;

por ella multiplicabas tus sudores y tus noches hasta las tantas.


Artesano enamorado, sin apenas palabras, te iluminabas

cuando ella entraba por tu taller y te regalaba una sonrisa o un beso,

procurando no distraerte, para traerte agua fresca y repetirte aquello de

«no trabajes tanto, José, que vas a acabar agotado,

ya es hora de irte a descansar».


Tú no sabías entonces que te pondrían a la cabeza de esa inmensa procesión

de hombres y mujeres que trabajan; el desfile de los que construyen,

conservan y mejoran el mundo.

Pero también esa interminable cola de los que tienen que pedir ayuda y apoyo.


Porque también tú tuviste, por ejemplo, un problema de vivienda.

No te quedó otro remedio que ir a Belén con María, tu esposa; y como no tenías dinero, no tenías con qué pagar el alquiler de un piso. Estabas en la calle en el peor momento de tu vida: cuando María tenía que dar a luz.


¿Verdad, que es sorprendente, José, que Dios haya escogido para nacer

el momento en que su Madre era la esposa de un hombre sin casa?

¿Qué sentirías aquella noche de Belén, cuando te cerraban todas las puertas?

Cansancio en los pies de tanto recorrer portales; angustia en el alma por tu esposa y su Niño...


Hoy todos os recibiríamos en nuestras casas a la Virgen y a ti, ¡no faltaba más!

Pero, claro: siempre y cuando estuviéramos seguros de que erais la Virgen y San José; porque... a otros... cualquiera les abre...

También tuviste que huir lejos de tu tierra. Huías por motivos especiales: por lo de Herodes.

Hoy muchos trabajadores tienen también que huir, porque su tierra no da para vivir dignamente; huyen hacia las capitales, hacia los Países Ricos, en busca de trabajo, huyen con sus esposas, con sus niños, bultos y maletas (a veces absolutamente sin nada)...


Aunque últimamente, hasta nuestras gentes mejor preparadas, y nuestros jóvenes

también están teniendo que marcharse, para buscarse la vida.

Cuando tú llegaste a Egipto eras un emigrante más buscando casa y trabajo.

Un hombre en apuros, recorriendo puertas, contratistas, oficinas:

- Si no tiene los papeles en regla, no hay nada que hacer

- Puedo contratarle si está dispuesto a conformarse con lo que yo le pague

- Le doy trabajo si acepta trabajar sin horario fijo...


Y los ahorros, si es que los tuviste, se te acabaron rápido, entre los gastos del viaje, y más gastos todavía al llegar a aquel país desconocido...

María iba a la tienda, y decía que ya lo pagaría la próxima vez. Pero no le fiaban.

Un poco de hambre sí que os tocó pasar.


Tu Hijo también sería después un trabajador como tú.

Nuestro Dios: sin hogar, sin casa, sin trabajo muchas veces...

Le acompañaste a la sinagoga para que fuera aprendiendo las cosas de Dios.

Y le enseñaste a rezar, como hacían todos los padres.


Tal vez Jesús no se acuerde cuando le diste las primeras lecciones.

Tal vez cuando, caminando a gatas por el suelo, jugaba con las virutas

o pretendía meterse un tornillo en la boca... y empezaba a pronunciar las primeras letras: Abba, papá... para llamarte. Contigo aprendió una de sus palabras más importantes: «padre», «papá».


Poco a poco le fuiste enseñando tus pequeños secretos.

Fuiste su maestro. De ti aprendió a arreglar todo lo que estaba roto,

a embellecer lo que estaba desgastado o maltratado.

Y así aprendió a ser «artesano de la humanidad».


Te costó entenderle. Nunca es fácil educar a un niño. Aunque sea el Hijo de Dios.

Ya no había ángeles, ni más instrucciones en los sueños.

Estabais «sólo» María y tú, vuestro cariño, y el empeño de salir adelante, confiando en Dios.


Una Familia Santa, pero llena de problemas.

Es que Dios quiso cargar con todos nuestros sufrimientos.

Empezó por ahí... hasta llegar, despojado de todo a la cruz...


Ruega por los que trabajan, para que todos vivan una vida digna de hombres. Para que todos aprendan que tienen un «Padre-Abbá», ayudados por sus padres de aquí abajo.

Ruega por los que llegan huyendo a nuestra tierra, o los que tienen que salir de la nuestra, para que les traten mejor que a ti.


Ruega por todos los padres, cuando no saben por dónde tirar, o no entienden a sus hijos adolescentes.

Y ruega por todos los sacerdotes que quieren, mirándote a ti, hacer de la Iglesia y del mundo un hogar de amor.

Saludos a tu Señora y al Niño.


Enrique Martinez, cmf




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